El cambio
Por lo visto, está en la naturaleza humana evitar cambiar hasta que las cosas se ponen tan feas y nos sentimos tan mal que ya no podemos seguir como de costumbre. Esto es cierto tanto a nivel individual como social.
Tenemos que sufrir una crisis, un trauma, una pérdida, una enfermedad o una tragedia para ponernos a analizar quién somos, qué estamos haciendo, cómo estamos viviendo, qué estamos sintiendo y en qué creemos o qué sabemos para cambiar de verdad.
A menudo tiene que darse la peor situación posible para que empecemos a hacer cambios positivos para nuestra salud, relaciones, profesión, familia y futuro. Pero mi mensaje es: ¿Por qué esperar a que esto ocurra?
Podemos aprender y cambiar en un estado de dolor y sufrimiento, o evolucionar en un estado de felicidad e inspiración. La mayoría hacemos lo primero. Para elegir lo segundo debemos concienciarnos de que el cambio seguramente conllevará una cierta incomodidad, algunos inconvenientes, una alteración en nuestra rutina habitual y una etapa de desconocimiento.
La mayoría de nosotros ya conocemos la incómoda sensación de ser novatos en algo. De pequeños pasamos por varias etapas hasta aprender hacer la mayoría de las accoones cotidianas con fluidez.
Asimilar conocimientos (saber) y adquirir luego la experiencia práctica aplicando lo aprendido hasta que la habilidad se convierta en tu segunda naturaleza (saber cómo) es seguramente el proceso que seguiste para adquirir la mayoría de facultades que ahora forman parte de ti (el conocimiento). Del mismo modo, aprender a cambiar tu vida conlleva unos conocimientos y la aplicación de esos conocimientos.
La repetición refuerza los circuitos de tu cerebro y crea más conexiones neurales para que en tus peores momentos del día no renuncies a tu grandeza. Los sólidos conocimientos básicos que has adquirido te permitirán experimentar por ti mismo que lo que has aprendido es «verdad».