Medicina energética

23.02.2024

El paradigma dominante sigue siendo el mecanicista: el cuerpo es un gran mecanismo, de modo que si tiene alguna pieza que falla, puedo sustituirla por otra (que incluso puede ser artificial). Si un proceso no funciona, puedo añadir un químico que restaure esa función. De esta manera, la cirugía y la farmacología son la clave del mantenimiento de la salud o, mejor dicho, de la lucha contra la enfermedad. Aquí es donde estamos planteando un cambio de percepción.

El nuevo entendimiento del ser humano pasa por la comprensión de que es una entidad energética de tipo holográfico, en la que no existe separación entre órganos y entre sistemas, en la que hay un campo (sin límites) que se autorregula en conjunto. En este conjunto, en cada parte está la información del todo, y, por tanto, cualquier actuación que tenga lugar sobre una parte tiene una repercusión en el todo. Un planteamiento de este tipo no puede basarse en el paradigma newtoniano, sino que tiene que apoyarse en otras teorías, por ejemplo, en la teoría cuántica.

La medicina energética trata de todo lo que se relaciona con la valoración del llamado biocampo (biofield en inglés) y con la aplicación de técnicas terapéuticas energéticas para conseguir un equilibrio global de la persona. Este concepto es lejano todavía a la concepción occidental, pero no a la oriental. En la India y China nos llevan miles de años de ventaja en la aplicación de técnicas que buscan la recuperación del equilibrio total de la persona (lo que en Occidente llamamos tratamientos holísticos). Sin embargo, desde nuestro método científico, poco a poco estamos avanzando en esta dirección.

La ciencia en Occidente se ha ido especializando hasta límites absolutamente insospechados, por no decir grotescos. La medicina nació como un arte, el arte de observar a la persona, de estudiarla, preguntarle y entender (hasta donde se podía) qué le ocurría. Con todo eso se le proponía un tratamiento basado en múltiples aspectos, tanto hierbas como gestos, oraciones o incluso viajes. En su historia, la medicina ha ido coqueteando con muchas ciencias, y el resultado siempre ha sido el avance.

Cuando en determinado momento empezó a relacionarse con la óptica, el microscopio permitió ver más allá de donde llegaba el ojo, y pasó de poder observar el cuerpo desde fuera como una unidad a observar el mundo celular y subcelular, a descubrir que son las mitocondrias las que generan la energía a nivel celular, y a describir cómo son las células sanguíneas y cuántas es normal que tengamos. Cuanto más se investiga, más estructuras se encuentran. Y también se descubrió algo muy importante: determinados organismos unicelulares calificados como patógenos. Ahí se tomó conciencia de un nuevo enemigo del hombre. Esto puede parecer algo anecdótico, pero realmente marcó un antes y un después en la filosofía y la práctica de la medicina.

El concepto de patógeno lleva a pensar que la enfermedad es causada por algo que está «fuera» del propio cuerpo y, por tanto, que hay que «luchar contra ello». Esto está muy lejos del planteamiento oriental de mantener la salud.

En su flirteo con la química nació la farmacología, y toda la aproximación que antes se había hecho a través de plantas naturales pasó a analizarse en sus compuestos y a reproducirse en laboratorio. Eso probablemente permitió que los compuestos químicos estuvieran al alcance de más personas, y también que creyéramos que un medicamento de síntesis funcionaría igual que una planta (ahora sabemos que esto no es así).

La física tuvo también su papel, en varias facetas. La radiofísica permitió ver el cuerpo por dentro sin tener que abrirlo, y el perfeccionamiento de estas técnicas nos ha dado una precisión en esa visión que roza lo inaudito: una resolución y unas posibilidades inconcebibles (como la resonancia magnética funcional, por ejemplo).

Por su parte, la electricidad nos aportó una visión diferente de los órganos. Empezaron a darse cuenta de que además de química y biología también existe electricidad en el cuerpo. Y así un largo etcétera.

Las tecnologías evolucionan; cada vez se hacen más precisas, más pequeñas, más poderosas... Y, de ese modo, nuestra medicina está llena de enemigos y de fármacos, de imágenes, análisis y mediciones, pero aun así seguimos sin saber qué es la vida y cómo preservarla. Sin embargo, en toda colaboración aparecen siempre opciones muy interesantes.

Veamos un ejemplo: podemos medir la actividad eléctrica del corazón sin necesidad de aplicar a este órgano unos electrodos. Basta con ponerlos sobre la piel, incluso en cualquier parte del cuerpo, y tendremos una medida de su señal eléctrica. Y aquí empiezan a suceder también hechos insólitos. En esos equipos interdisciplinares pueden ocurrir cosas como la siguiente: durante casi cien años el electrocardiograma (ECG) se ha utilizado para saber si el corazón está funcionando bien o no, y si es así, qué parte está fallando.

Aun antes de que se conociera con exactitud la relación entre cada pico o segmento del ECG y el evento fisiológico relacionado, se sabía que el pico debía tener una altura determinada y sobre todo un determinado sentido (hacia arriba o hacia abajo en el diagrama) para indicar una condición saludable. Es decir, se tenía una pauta (estadística) obtenida por la experiencia de lo que se consideraba que era normal. 

Una de las dificultades añadidas que tenemos en este ámbito es la propia palabra «energía». Cuando hablamos de campo energético, nos estamos refiriendo a algo que puede tener manifestaciones eléctricas, magnéticas, electromagnéticas, térmicas, químicas y de otros tipos no convencionales (como las ondas escalares). Desde la ciencia y con herramientas físicas solo podemos medir magnitudes físicas. Es decir, puedo medir el calor que emite un ser humano (que mantiene una temperatura fija de 37 oC), puedo medir emisiones electromagnéticas, etcétera. Y todo ello irá configurando un campo energético, que siempre irá más allá de mis mediciones, porque tiene otros componentes que hasta el momento no es posible medir con los instrumentos normales.

Las posibilidades que tenemos actualmente son inmensas, precisamente porque contamos con muchas técnicas desarrolladas que nos permiten aplicarlas en sentidos convencionales o no, ya que los conocimientos que se poseen en diferentes ámbitos son muy grandes. Solo hace falta que nos sentemos a unir esos conocimientos, como en un gran puzle. Porque ya hay mucho escrito.