Pérdida de nutrientes

23.10.2024

Con el aumento de los rendimientos agrícolas nuestros alimentos se han convertido en cáscaras vacías de nutrientes. ¿Cuántos melocotones, naranjas, brócolis hay que comer para recuperar los beneficios de hacer medio siglo?

Dar un buen mordisco a un melocotón y tragar agua azucarada. Comer cada vez más para alimentarse cada vez menos. Mientras que en los países desarrollados aumenta nuestro aporte en calorías, la mayoría de alimentos no transformados que comemos (fruta, verdura y cereales) se convierten en cáscaras vacías desde el punto de vista nutritivo. Una decena de estudios de universidades canadienses, estadounidenses y británicas publicados entre 1997 y hoy demuestran una fuerte disminución de la concentración de nutrientes en nuestros alimentos.Estos trabajos resumidos en el estudio «Still no free lunch» de Brian Halweil, investigador del Instituto Worldwatch Institute confirman el auge de la «caloría vacía»: grasa, azúcar, pero inútil para la salud. Incluso en el caso de los alimentos que se consideran sanos las vitaminas A y C, las proteínas, el fósforo, el calcio, el hierro y otros minerales u oligoelementos se han dividido por dos, por veinticinco e incluso por cien en medio siglo. ¡Para volver a encontrar la calidad nutricional de una fruta o verdura de la década de 1950 hoy habría que comerse media caja de esa fruta o verdura!

Vitamina C: una manzana ayer = 100 manzanas hoy

Antaño, cuando nuestros abuelos comían una manzana transparente de Croncel, comían 400 miligramos de vitamina C, indispensable para la fabricación y reparación de la piel y los huesos. Hoy los supermercados nos propone cajas de manzanas Golden estandarizadas que solo nos aportan 4 miligramos de vitamina C cada una, esto es, cien veces menos. «Después de décadas de crecimiento la industria agroalimentaria ha seleccionado las verduras con mejor aspecto y las más resistentes, pero rara vez las más ricas en el aspecto nutritivo», se lamenta Philippe Desbrosses, doctor en Ciencias Medioambientales de la Universidad París-VII y militante de la preservación de las semillas antiguas.

Vitamina A: una naranja ayer = 21 naranjas hoy

La vitamina A, que es preciosa para nuestra vista y nuestras defensas inmunitarias, está en caída libre en 17 de las 25 frutas y verduras examinadas por unos investigadores canadienses en un estudio sintetizado por CTV News. La decadencia es total en el caso de la patata y la cebolla que hoy ya no contienen ni el menor gramo. Hace medio siglo una sola naranja cubría casi la totalidad de nuestras necesidades cotidianas (el famoso aporte diario recomendado) de vitamina A. Hoy habría que comer 21 para ingurgitar la misma cantidad de la preciosa vitamina. Del mismo modo, un melocotón de la década de 1950 equivale hoy a 26 melocotones.

Hierro: la carne contiene dos veces menos

En el inicio de la cadena está el cereal. El trigo, el maíz y la soja son hoy más pobres en zinc, cobre y hierro que hace cincuenta años. Empobrecidos por décadas de agricultura intensiva y de selecciones de variedades, estos cereales reaparecen en los comederos de nuestros animales que, a su vez, están peor nutridos que sus antepasados. Al final de la cadena el animal convertido en filete aportará menos micronutrientes en nuestros platos. Este es el efecto dominó identificado por el investigador estadounidense David Thomas. En su estudio [1] publicado en la revista Nutrition et Health, constata que un mismo trozo de carne del mismo peso aporta dos veces menos hierro que hace medio siglo. Otro daño colateral: la leche «ha perdido esos ácidos grasos esenciales», deplora Philippe Desbrosses. Estos ácidos son esenciales para nuestras membranas celulares, nuestro sistema nervioso y nuestro cerebro. Como de forma natural están presentes en muy pequeñas cantidades en nuestro organismo, nos los debe aportar nuestra alimentación.

Calcio: cuatro veces menos en el brócoli

Malas noticias: si el brócoli figura en la lista de las verduras que usted solo puede tragar pensando en su salud, no se han terminado las caras de asco. Mientras que en 1950 esta col venida del sur de Italia contenía 12,9 miligramos de calcio (aliado de la construcción ósea y de la coagulación de la sangre) por gramo, en 2003 solo contenía 4,4 según un estudio de la universidad de Texas, esto es, cuatro veces menos. Si usted contaba con él para compensar la falta de hierro del filete, también eso falla. Necesitaría echar seis veces más a la sopa para obtener los mismos beneficios que antes. De las 25 verduras estudiadas por el equipo de investigación canadiense, un 80% han visto disminuir su cantidad de calcio y de hierro.

¿Es lo biológico una solución?

Las causas de este declive son múltiples. Los suelos más pobres, la verdura se cosecha demasiado pronto, unos tratamientos de conservación más frecuentes, un crecimiento más rápido dopado por los abonos y una reducción de la cantidad de variedades seleccionadas por su resistencia a los parásitos y su rapidez de crecimiento, todos ellos son elementos imputables a la búsqueda de un mejor rendimiento. Resultado, «en el caso del maíz, el trigo y la soja, cuanto más importante es el rendimiento, más débil es el contenido de proteínas», señala Brian Halweil en su estudio. Lo mismo ocurre con las concentraciones de vitamina C, de antioxidantes y de betacaroteno en el tomate: cuanto más aumenta el rendimiento, más disminuye la concentración de nutrientes.

Por el contrario, «la agricultura biológica puede contribuir a invertir la tendencia», indica Brian Halweil en su estudio. De hecho, en condiciones climáticas equivalentes «los alimentos bio contienen significativamente más vitamina C, hierro, magnesio y fósforo que los demás». Sin embargo, el investigador advierte: «Si los agricultores bio desarrollan un sistema rico en factores de producción con unos rendimientos comparables a las explotaciones convencionales, lo bio verá disminuir su ventaja nutricional». Del mismo modo, si se recogen los productos bio antes de que estén maduros, al final son menos ricos en nutrientes que los productos maduros de la agricultura tradicional. La única estrategia para devolver la vida a su plato: elegir alimentos maduros, producidos de manera no intensiva y a partir de la caza de las variedades olvidadas. Una epopeya.