Salud y enfermedad

18.04.2024

A medida que se van teniendo más experiencias conscientes de vida, uno puede ir aprendiendo más fácilmente las lecciones que entraña cada síntoma o malestar. No creo que haya una ley matemática que se cumpla para todo el mundo, sino que la misma enfermedad puede ser causada por factores muy diferentes en distintas personas, ya que la misma situación es asimilada de manera particular por cada uno. Sin embargo, lo que sí es evidente es que tras cada malestar hay una causa, y ya no podemos cerrar los ojos ante la realidad de que somos en parte responsables de ello, aunque uno normalmente no se da cuenta de los síntomas hasta que ya se han manifestado.

Por tanto, no se trata de culpabilizarse ni de obsesionarse, sino de observar y aprender, en la medida de lo posible. Y aprender no siempre significa entender. Hay tipos de saber que no son meramente intelectuales; hay lecciones que aprendemos aunque no sepamos expresarlo racionalmente.

Si hacemos el recorrido de nuestro modelo de hombre desde la materia, la energía y la información para llegar al Ser, al vacío cuántico, allí donde «todos somos uno», la enfermedad solo podrá surgir de la falta de conciencia de ese último nivel, de la ignorancia de la unidad básica de todo, del hecho de ir en contra del principio de intención pura sobre el que se basa todo lo que existe. ¿Y por qué tendríamos que hacer eso? Por el libre albedrío que nos permite explorar posibilidades, para luego darnos cuenta de que en realidad todos somos uno.

Cuando no sigo el principio básico de la unidad, lo primero que ocurre es que entro en la dualidad, en una intención de predominio, en juicios (algo tan típico de la mente humana), y como consecuencia pueden ocurrir dos cosas: siento apego o experimento rechazo. Cualquiera de las dos me va a llevar a una lucha. Y eso es lo que llamamos estrés. Empiezo a generar pensamientos, emociones y acciones en desequilibrio que no permiten la autorregulación en ninguno de los tres niveles de mi ser (ni la homeostasis del cuerpo físico, ni la homeokinesis del cuerpo energético, ni la conciencia de la información).

Pero, sobre todo, la salud se manifiesta como paz y gozo del alma, como una conciencia de saber que «todo está bien». Diferentes terapias inciden en diferentes realidades del ser. Por ejemplo, las plantas pueden aportar estructura (como alimentos), energía o información (como medicamentos). La homeopatía proporciona información al cuerpo físico. La acupuntura provee de información al campo energético. Las esencias florales suministran información al campo de información.

Por eso hay tantas técnicas, y cada una de ellas desempeña su función. Sin embargo, tal vez las técnicas sean solo una ayuda para que puedan tener lugar otros procesos. ¿Recuerdas la definición de campo? ¿El imán que simplemente por estar, por ser, modifica el entorno? ¿Y si pudiéramos explicar el amor de esa misma manera? Pensemos por un momento que el amor no depende de nada de fuera, que es sencillamente nuestra naturaleza esencial.

Yo soy amor; por eso a mi alrededor el espacio se ve modificado por esa realidad. Independientemente de si hay alguien o no en mi campo, yo sigo modificándolo, continúo emitiendo la esencia de lo que soy. No depende de que venga alguien a «enamorarme», ni siquiera de que exista algo «digno de ser amado». Yo sigo amando, porque eso es lo que soy, porque es lo que queda cuando quito todo lo que sobra en mí, todo lo que no soy realmente yo. Como cuando una flor exhala su aroma, aunque nadie lo esté oliendo.

Entonces puedo entender que amar es dar, solo dar, siempre, y por qué al lado de determinadas personas uno «se sana»: porque el campo modificado por el amor de ese ser es tan coherente, tan ordenado, tan objetivo, tan despierto que provoca esos cambios en mí. Sin necesidad de palabras, ni de un soporte material; solo hace falta que su campo de información y el mío interactúen. Por eso me atrevo a decir que el amor es el verdadero y único motor de sanación. Y que la falta de amor hacia uno mismo es la principal causa de enfermedad.

Hay una realidad que trasciende toda técnica: la verdadera salud es la armonía del Ser. Se trata de que recuerde quién soy y por qué estoy en la Tierra, qué tengo que aprender y qué tengo que aportar. Se trata de que me libere de lo que me tiene apegada y acepte lo que he rechazado. Se trata de que descubra que tal vez la única respuesta a la pregunta «¿quién soy?» es «YO SOY».